LA MINA

Era un edificio sin ventanas, con medio techo y piso de tierra. Por fuera se parecía a un granero del campo. El negocio era un restauran’ del barrio. Pero, como la economía de la isla era el turismo, los muros y columnas con carteles tenían frases en el idioma nacional y con su traducción en inglés. Un alemán, con la cara del niño Jesús, me trajo a este lugar varias veces. 

Cada vez que nos sentábamos ahí él me decía algo como: ¡Buen precio, buena comida!  Pero ya con él y los otros discípulos afuera de la isla, mi única compañía era la palabra de Dios.

—”Sore” (buenas) —le digo al chico de servicio. —”Selamat siang” (buenas tardes) —él me contesta. Excepto por los jóvenes empleados y Bob Marley en la radio, el lugar está vacío. Ramadán, yo pienso, el tiempo donde los musulmanes ayunan solo durante las horas de sol. —”Sit where you like” (siéntate donde quieras) —él me dice. Ocupo una de las esquinas que yo nunca había usado en visitas previas. En su idioma, le doy mi orden con mi mejor acento neoyorquino. Se rió y respondió —”Bagus!” (bueno).

Intento darle mis gracias —”Terima kas?”

—”Terima kasih” (gracias) —me corrige y desaparece en la cocina.

 En este momento aparece una mina con suave piel de oro, labios sabrosos, y ojos brillando como diamantes negros. Su camiseta sin mangas, jeans cortos, sandalias y sus movimientos, es toda extranjera. Sin embargo, cuando nuestros ojos se encuentran yo siento que ella no es de otro país, ella es de otro mundo. 

Susurro —”Terima” (gracias).  

La conexión solo duró un par de segundos. Me doy cuenta que ella no está sola y mi corazón cae a la tierra. La única razón por la que no es un aterrizaje fallido es porque ella decide sentarse enfrente mío. Es suficiente para decir que caí en una pila de plumas.

No soy uno que persigue las minas enganchadas con otros pero sus ojos me dicen cosas que yo no puedo verbalizar en ninguna lengua humana. Solo sé que esto me gusta. Y ahí está mi problema. Enamorarme con solo su mirada. Y esto, sobre mí, no me gusta.

Giro mi cara antes que mi corazón pueda usar mis ojos para coquetear. 

Hay un cartel clavado, delatándome. 

—”I love you” (te amo) — ella leyó. 

Cuando lo veo, es como si no lo hiciera. Esas palabras, las entiendo como si ella me las estuviera leyendo.

Regreso mi atención a ella. La mina mira a su novio con una sonrisa traviesa. No creo que ella esté poniendo mucha atención al discurso de él. Cuando ella habla, su respuesta es breve pero su lenguaje corporal es una libreta de mensajes. Yo no la puedo escuchar. La música suena y yo con un sentimiento de que la distancia entre nosotros podría ser de Venus a Marte. Sin embargo, estoy seguro de que ya conocía su voz. Baja, cálida, con confianza para llevar su pensamiento intelectual y cariñosa para expresar sus íntimos sentimientos.

Me pregunto ¿qué tipo de chico ella tiene? Él está sentado con su cuerpo apoyado con la mesa. Él habla y habla, y ella solo escucha. Parece que está tan interesado en su atención, que uno podría presentir que todavía no se había acostado con ella. Pero en muchas maneras él me recuerda a mi. Con su gorra de béisbol, camiseta suelta con un diseño gráfico, jeans para la playa y con su tez café con leche, casi puedes confundirlo conmigo. La diferencia es que yo no tengo vello facial y ningún tatuaje. Además cambié mis camisetas sueltas de diseño por camisas ajustadas y sencillas. Y más que todo, esta vida me ha enseñado a callarme.

 Que pena. A quien yo solía ser, ella tiene. Suerte que él solo parezco yo en cuerpo y no en mente. Agarro mi vaso de agua y lo levanto para darle un saludo al novio. Por un fragmento de segundo la mina me mira. Su suave expresión regresa al novio y lentamente cambia a estar pensativa. Tomo y me acomodo contra la pared. Ahora la cabeza del novio tapa nuestra mirada. De mi a ella y ella a mi. Vuelvo a leer el cartel y su traducción ”I love you”. En meno’ de un año, yo dije esas mismas palabras demasiadas veces, a unas cuantas. “Coño chico”, pienso.

Uno de los chicos del restuarant’ trae la comida. Arroz y huevos, meno’ por las especias de este país, era como estar en casa, comiendo lo que había. En vez de dar las gracias, saco la biblia y leo un capítulo antes de comer.

Génesis 31.

Es una de esas páginas que me deja pensando y preguntandome como Dios se comunica con sus hijos. Decir que uno escucha una voz en su mente, afuera de su pensamiento, es afirmarte inestable en la sociedad. Ni siquiera pienses en afirmar que la voz de Dios solo tú la escuchas y nadie más. ¿Quién va a contratar a alguien que escucha la voz de Dios? ¿Qué cristiano creería que tu oyes la voz de Dios y no de el maldito diablo? ¿Y qué te hace pensar que no te has vuelto loco? 

El novio de la mina se levanta de la mesa para agarrar servilletas. Ella y yo lo miramos, e instintivamente mis ojos regresan a ella. Ella no me mira directamente, pero me mira. Hasta que el novio se regresa a su silla.

Perdido en mis pensamientos, agarro el libro y lo meto en el bulto. Puede ser por vergüenza o por la privacidad de mis creencias, yo prefiero tener el libro escondido como un arma.

Empecé a comer mi comida tibia. Mi atención regresó a los carteles. “Sama sama es a decir de nada”, “Teman es amigo” y “Menú es menú". Leí los variados carteles hasta que regresé al cartel de “I love you”. 

La voz de Dios te manda a lugares. Yo no he escuchado su voz como eso de humanos y sus idiomas. Ni su voz en mi mente como un pensamiento de inteligencia, o memoria, ni predicción. No. En mis momentos de silencio en que estoy libre del trabajo, nada de mensajes o email, sin distracción de música ni videos, y mi mente sin fantasías ni preocupaciones, yo he escuchado un mensaje. Como un menor que escucha la llamada para hacerse doctor, como una madre soltera que hace todo lo que puede para criar a sus niños, o un hombre que sacrifica todo para que su familia pueda vivir una vida mejor. Eso es la voz de Dios. Un amor que viene por adentro. No sentimientos. Es de un lugar tan profundo que puede ser la fuente de vida dentro de nosotros. Un amor que nunca necesitaba razón para amar. Siempre es amor. Puedo decir que ese amor me manda. El novio se levanta a pagar su factura. Esta vez la mina no me está mirando, directamente ni indirectamente. Sus ojos miran a su novio. Ella se levanta y su salida es tan hermosa como su entrada. Pensé:

- ¿Qué sé yo? Quizás ellos no eran una pareja. Espero. Hasta que soy el único ahí. Los chicos de servicio están escondidos en la cocina. Quizás rezando quizás boludeando. De cualquier manera tienen fe de que yo voy a pagar.

 Dinero en la mesa y lápiz en mano. Leí el mismo cartel, otra vez, “I love you” en su idioma, bahasa. La palabra “love” podría ser latina. En mi libreta anoté la traducción.

Amor es “cinta”. 

Free Rodriguez

Writer + Director + Cinematographer

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